miércoles, 17 de marzo de 2010

PREMIO MODALIDAD B "MIRIAN MADRIDANO" 3ºE

“CONSUMO REFLEXIONADO ADOLESCENTEMENTE EJEMPLIFICADO CON DOS INDIVIDUOS APARENTEMENTE NORMALES.”
El día amaneció soleado. Los rayos del astro diurno cruzaron la ventana de una pequeña habitación en la que descansaba un chico de unos 16 años. Al sentir el calor del sol sobre su rostro se despertó y se dispuso a salir a la calle a hacer unas compras y disfrutar de este espléndido día.

Andaba despacio por la calle. Sus zapatos limpios y brillantes, sus pantalones vaqueros y su camisa blanca se movía con cada paso que daba. No sabría decir exactamente cuánto dinero llevaba ni de dónde lo había sacado, pero no serían menos de ciento cincuenta euros.
Tenía el pelo rubio teñido y los ojos claros. Su aspecto fuerte y su alta estatura hacían de él un chico envidiable e idealizado por la sociedad. Su nombre era Eugenio.
A pesar de que su paso parecía despreocupado y sin rumbo, tenía una meta, los grandes almacenes.
Antes de llegar, vio a un compañero de su misma clase. Era un chico un poco extraño para su gusto y no le caía muy bien, pero necesitaba a alguien que le aconsejara.

Andaba despacio por la calle. Sus zapatillas de deporte, sus pantalones vaqueros y su camiseta oscura se movía con cada paso que daba. No sabría decir exactamente cuánto dinero llevaba, pero no serían más de cincuenta euros.

Tenía el pelo negro y los ojos marrones. Su aspecto corriente y su estatura media hacían de él un chico que podía pasar desapercibido entre la multitud. Su nombre era Enrique.
Su paso era decidido sin entretenerse en la superficialidad de las cosas. Se dirigía a los grandes almacenes.
Al llegar oyó cómo alguien le llamaba. Su voz era conocida, posiblemente un compañero de su clase. Se giró, sonrió amable y forzosamente y esperó a que, su posiblemente acompañante de compras, llegase hasta donde él estaba.

- ¡Ey! ¿qué pasa?
- Pues na’, a comprar unas cosillas – contestó Enrique.
- Como todos entonces – se rió. – pues venga vamos.
Los dos amigos entraron al centro y comenzaron sus compras. Pasaron a una tienda. Allí Enrique vio una camiseta bastante atractiva para su gusto y muy económica. Rápidamente su compañero le aconsejó:
- No compres esa camiseta, es mejor esta.
- Pero es mucho más cara y también es más fea.
- Pero mira, esta es de marca y bueno… esa… en fin, solo se la compraría un pobretón.
Enrique mantuvo su opinión. No entendía la forma de pensar de su compañero. Intentaba buscar una lógica al comportamiento que tanto Eugenio como la sociedad presentaban ante la importancia de su apariencia física y de la opinión que sobre él podrían tener los demás. Carecía de sentido el gasto absurdo que pretendía. ¿Para qué sirve tener doscientas camisetas? ¿Por qué vas a comprarte algo que no vas a utilizar, no necesitas o solo vas a usar una vez? ¿Imagen? ¿Dar una sensación sobre los demás acerca de algo que no eres? Tener y tener cosas. Era lo único en lo que su compañero pensaba. Sobre su brazo colgaban cerca de 10 prendas. Enrique observó su brazo. Dos prendas. Dos míseras y solitarias prendas frente al montón de Eugenio. Sonrió. ¿Para qué necesitaba más?
Continuaron caminando y comprando por el centro. Iban despacio y Eugenio se quejaba continuamente de lo mucho que le pesaban las bolsas, por lo que Enrique tuvo que ayudarle y repartirse el peso entre los dos. Seguía dándole vueltas al tema de la compra inútil, al despilfarro de materia y dinero en tantas cosas innecesarias. Ignoraba la conversación que el rubio intentaba mantener pero de pronto algo llamó su atención, algo que dijo. “…pues el otro día, tío, se me cayó el móvil al suelo y… que mal lo pasé. ¡Menos mal que no fue el táctil ni el Nokia que fue el otro que si no…!” Enrique lo miró sorprendido.
- ¿Tienes tres móviles?
- ¡Pues claro! Uno para la familia, otro para los colegas y otro para los demás que me encuentro por ahí cuando salgo…
Enrique no contestó. Seguía con sus pensamientos. Por lo visto el consumismo en el que estaba sumido no solo se limitaba a la ropa, aunque era algo que ya sospechaba. ¿Qué intentaba aparentar? Él bien sabía quién era Eugenio. Conocía a su familia y conocía sus posibilidades y limitaciones. Familiarmente no había muchas diferencias entre los dos y si quisiéramos establecerlas, Eugenio perdería con creces en todos los aspectos, especialmente en el económico. Así pues, ¿es que carecía de conciencia? ¿O tal vez eran sus padres que le daban demasiado dinero? Enrique sonrió, algo en su cabeza le dijo que la primera pregunta era cierta y una segunda voz insistió, “y no solo de conciencia, también de cerebro”. Miró a su compañero, y al verle no sabía si reír o llorar. Después de tanta tontería con la ropa, con los móviles y con la importancia de la apariencia y la opinión de la sociedad… tenía el dedo dentro de la nariz.
Al fin se despidieron y se repartieron cada uno sus bolsas. Ya habían concluido sus compras y se dirigía cada uno a su casa.

Eugenio se dirigía hacia su casa. Su paso era rápido pero pausado. Había quedado con sus amigos y no le iba a dar tiempo a arreglarse, pero a la vez no podía evitar pararse a ver los tentadores escaparates que le ofrecían las tiendas de la calle.
Enrique se dirigía a su casa con paso lento y pensativo. Cavilaba sobre las actitudes de su compañero y en general, sobre el consumismo que afectaba a muchas personas.
¿De verdad piensan que cuantas más cosas tienen más felices son? La propia experiencia te dice que no es así. Siempre querrás más y más. Adictos a las compras. Comprar y comprar.
Es completamente estúpido. Es más, a medida que avanzaba, se daba cuenta de que el consumo se había convertido en la base de la sociedad y que afectaba a todos los ámbitos: alimentos, energías…
La gente compra comida en excesos sabiendo que no se la va a comer, comida que medio mundo necesita para vivir y nosotros (pues en este punto también se incluía él, por lo que sintió un escalofrío por la espalda) desperdiciamos y tiramos sin conciencia.
Por el camino observaba la publicidad que ofrecían las calles, intentando hacer creer que obteniendo ese producto conseguirías algo que te haría sentir más feliz. Productos inútiles: cremas que te quitan las arrugas, colonias y perfumes que te aseguran la cita, entre otras muchas cosas.
Publicidad, el gran mal de la sociedad, creadora de prejuicios, obsesiones… y el gran bien de las multinacionales interesadas en el consumo y la riqueza, manipulando a los ciudadanos, que desgraciadamente, van perdiendo la conciencia sobre la realidad y se dejan influenciar por esta gran empresa.
Creía en todo lo que estaba reflexionando pero… ¿acaso no era él igual? Si, lo era. En menor medida que Eugenio, eso era obvio, pero no mucho menos que los demás. La idea le hizo detenerse. Debía empezar a tomarse más en serio sus pensamientos.
Finalmente llegó a su casa entre pensamientos y reflexiones sobre cómo debería actuar.

No sabemos si el tiempo les hizo cambiar. No sabemos que les deparó el futuro al igual que no sabemos lo que nos depara a nosotros. Lo que sí que sabemos es que estos dos personajes existieron, existen y existirán con otros nombres, con otra edad y con otra apariencia. La pregunta es, ¿cuál de ellos eres tú?

No hay comentarios:

Publicar un comentario